Así fue como construí la cocina rústica de mis sueños.

Siempre había soñado con tener una cocina que me hiciera sentir como si estuviera en una cabaña de campo, rodeada de madera, tonos cálidos y una atmósfera acogedora que invita a la relajación y la creatividad. Desde que era pequeña, me sentía atraída por las cocinas rústicas, con ese aspecto antiguo y lleno de carácter. Pero no se trataba de tener una cocina cualquiera, no. Quería un espacio que además de ser funcional, también me inspirara cada vez que entrara en él.

Así que, un día, me decidí a hacer realidad ese sueño y construir la cocina rústica que siempre había imaginado, pero claro, no fue un proceso sencillo.

Había tanto que pensar, tantas decisiones que tomar, y tanto que invertir, que la verdad, me agobie bastante y no fue tan bonito como imaginaba en mi cabeza. Sin embargo, esto fue lo que hizo que todo el proyecto fuera aún más emocionante: a medida que pasaba problemas, iba creciendo y aprendiendo más, y gracias a todas las dificultades el resultado final fue aun más satisfactorio de lo que imaginaba.

¿Quieres saber cómo lo hice? Te cuento a continuación.

La elección de materiales.

Lo primero que tenía claro era que debía incluir materiales naturales. La madera debía ser la protagonista, algo que aportara calidez y una sensación acogedora. Personalmente, me encantan los muebles de madera envejecida, aquellos que tienen una historia que contar, y no quería que mi cocina fuera la excepción. Sabía que debía elegir maderas que no solo fueran bonitas, sino también duraderas, así que busqué una madera natural con acabados suaves, que no fuera ni demasiado clara ni demasiado oscura, pero que, a su vez, tuviera esa tonalidad cálida que caracteriza a las cocinas rústicas. Tras mucho investigar, encontré los muebles perfectos: madera de roble, con ese acabado ligeramente envejecido que tanto me gustaba.

Decidí que la base de todo sería la madera, pero también quería darle un toque de frescura a las paredes. Así que, después de mucho pensar, me decanté por un tono crema suave para las paredes, que combinara perfectamente con el cálido color de los muebles y que reflejara la luz de manera natural. Este contraste, con la madera clara de los muebles y las paredes blancas, creaba una atmósfera luminosa, pero no fría: la calidez se notaba desde el primer momento.

El suelo, la base que une todo el diseño.

El siguiente paso fue elegir el suelo. Tenía claro que quería algo natural y resistente, pero que a la vez tuviera ese toque rústico tan característico. Después de analizar varias opciones, me decidí por los azulejos de terracota. Este material me sorprendió mucho, ya que además de que tenía el color que buscaba, también tenía esa textura rugosa que le daba el aire antiguo que tanto me encantaba. La terracota es ideal para una cocina rústica porque tiene esa esencia tradicional que se asocia con las casas del campo. Además, es fácil de limpiar y muy duradera. ¡Era el material perfecto! Lo instalé en un patrón de mosaico para dar un toque aún más vintage.

Lo que más me gustó de los azulejos de terracota es que tienen una gran capacidad para mantener la temperatura en la cocina. No importa cuán calurosos o fríos estén los días afuera, el suelo siempre tiene una temperatura agradable. Estar en la cocina se volvería mucho más agradable de lo que ya era, y la verdad es que esto me ayudó a ganar bastantes puntos a favor de la cocina rústica que tanto deseaba tener.

Cómo trabajé en la distribución.

La verdad es que una de las partes más complicadas fue sin duda la distribución. No quería que mi cocina fuera bonita y ya: también buscaba que fuera extremadamente funcional. Al principio pensé que podría hacer todo al azar, pero pronto me di cuenta de que una cocina no se centra solo en la decoración, sino en aprovechar el espacio de la manera más práctica posible.

El concepto que elegí para la distribución fue el de zonas definidas. Quería una isla central, porque es perfecta para preparar comida, pero también para interactuar con familiares o amigos. Si alguna vez tengo visitas, la isla es el lugar donde todos se reúnen mientras yo cocino, y eso hace que el ambiente sea aún más acogedor. Decidí colocarla justo en el centro, para aprovechar al máximo el espacio y darme libertad para moverme de un lado a otro sin sentirme atrapada.

Por otro lado, la zona de cocción fue una prioridad. Elegí una estufa de gas, ya que me encanta la precisión que proporciona al cocinar. Además, la campana extractora fue instalada sobre ella, de manera que el aire no se estancara. Asimismo, la zona de preparación era amplia y contaba con una encimera de piedra natural bastante resistente, aunque lo mejor sin duda era que también es increíblemente fácil de mantener.

Mi mayor capricho para lograr un ambiente más rústico.

Una de las adiciones que más ilusión me hizo fue la vinoteca, esa pequeña joya que ahora decora un rincón especial de mi cocina. Llevaba ya un tiempo encaprichada por tener una, concretamente desde que vi las vinotecas integradas en los muebles de la cocina de Kouch&Boulé, así que me puse a ello para poder tener mi cocina rústica al 100% como la de mis sueños.

Elegí un modelo con diseño tipo horno, un cajón bajo en forma de horno, lo que le da ese aire tradicional y vintage, pero con la tecnología adecuada para mantener el vino a la temperatura ideal. Además, su tamaño compacto me permitió aprovechar el espacio sin perder la esencia de la cocina.

¿Lo mejor? Cada vez que me acerco, puedo ver mis botellas de vino perfectamente organizadas y listas para disfrutar en una cena o una velada tranquila.

La encimera, el lugar de la magia.

No puedo dejar de hablar de la encimera, ya que fue uno de los elementos más importantes de mi cocina rústica. Quería una superficie que fuera funcional, pero ya sabéis que la estética también prima ¡si no, me valdría cualquier cocina y no una rústica! Así que me decanté por una que cumplía los dos requisitos: la de piedra natural. Elegí un tono gris claro, que aportaba un toque de sofisticación y, al mismo tiempo, complementaba la madera de los muebles.

La piedra natural es perfecta para una cocina rústica porque tiene una apariencia única, con vetas y marcas que la hacen especial. A medida que la uso, la encimera se va añadiendo carácter con el paso del tiempo, lo que la convierte en una pieza aún más auténtica.

Los detalles que dan vida a la cocina.

Es cierto que, muchas veces, son los detalles más pequeños los que marcan la diferencia en una cocina. Por eso, pensé en cada rincón con especial cuidado: elegí con cuidado desde las lámparas hasta los utensilios, ya que todo debía tener esa esencia rústica que tanto ansiaba.

Las lámparas de hierro envejecido fueron una elección estrella. Me cercioré de que fueran sencillas, pero elegantes, con una luz cálida que creara un ambiente acogedor. Las instalé sobre la isla y la mesa de comedor, asegurándome de que la luz no fuera demasiado fuerte, sino que iluminara suavemente el espacio.

Los utensilios de cocina también fueron una parte importante del diseño. Opté por algunos utensilios de hierro forjado, como un mortero, una sartén y una vieja batidora manual. Además, los frascos de cristal con etiquetas antiguas se colocaron sobre las estanterías abiertas, lo que no solo me permitía tenerlos al alcance, sino que también añadía un toque vintage. ¡Cada rincón estaba pensado para dar ese aire rústico sin sobrecargar el espacio!

El comedor, otro punto vital para mi cocina rústica.

La mesa de comedor fue otro elemento que me costó decidir. Quería algo que fuera el centro de la cocina, donde pudiera disfrutar de una comida con familia y amigos, y por ello, me decanté por una mesa de madera maciza, con un acabado envejecido que complementaba perfectamente el estilo rústico. Las sillas, también de madera, son sencillas pero cómodas, y rodean la mesa de manera acogedora.

Mi idea era que la mesa se convirtiera en el lugar donde pudiéramos comer mientras se compartirían historias, risas y buenos momentos, y, sinceramente, el resultado fue mucho mejor de lo que imaginaba. La combinación de la madera envejecida y las sillas de estilo tradicional le dieron un aspecto muy auténtico a la cocina, haciendo que se sintiera aún más hogareña de lo que ya imaginaba.

Cómo trabajé la iluminación.

Ya lo sabía: una cocina rústica necesitaría una iluminación especial. No podía caer en el error de poner luces frías o demasiado intensas, ya que eso arruinaría la calidez del ambiente, de modo que opté por colocar lámparas de hierro envejecido, con una luz cálida que inundaría la cocina sin ser agresiva.

La luz suave sobre las superficies de madera creaba un ambiente relajante, ideal para cocinar o simplemente disfrutar de una taza de té. Las lámparas también son de diseño sencillo, pero elegante, aportando ese toque vintage que tanto buscaba.

Así que por fin tenía todo listo: la inversión había sido considerable, pero mi sueño se había hecho realidad, El aspecto campestre siempre me da mucha tranquilidad, y paso muchas horas en la cocina, así que mereció la pena cada parte del trabajo, no me arrepiento de nada.

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