Llevo más de diez años trabajando como maestra de educación infantil. Desde que empecé, he tenido claro que cada niño es un mundo. No hay dos iguales. Y, por eso, siempre he pensado que la educación debe ser algo personalizado. No solo para aquellos que tienen necesidades educativas especiales, sino para todos. Cada pequeño tiene su ritmo, su forma de entender el mundo y su manera única de aprender.
Y nosotros, como maestros, debemos estar ahí para acompañarlos en ese proceso, respetando su individualidad, sus emociones y sus tiempos.
¿Qué es la educación personalizada?
Cuando hablo de educación personalizada, no me refiero a preparar 30 lecciones distintas cada día. No se trata de eso, sería imposible. Se trata de conocer bien a tus alumnos, saber qué les motiva, qué les cuesta más, qué necesitan para sacar lo mejor de sí mismos. Es adaptar la forma de enseñar para que cada uno se sienta comprendido y acompañado.
Para mí, personalizar la educación significa mirar a los ojos a cada niño y ver más allá de la ficha o del cuaderno. Es entender que unos aprenden mejor cantando, otros necesitan tocar y manipular, y otros, simplemente, necesitan un poco más de tiempo.
Cada niño tiene su propio motor interno, su chispa especial, y descubrirla es una de las partes más bonitas de nuestro trabajo.
¿Cómo lo hago en una clase de 30 niños?
Sé que suena complicado. Y lo es. Pero no es imposible. A lo largo de los años he ido perfeccionando algunas estrategias que me permiten atender a cada uno de la mejor manera posible, aunque tenga la clase llena.
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Conocer bien a cada niño
El primer paso es observar. Al principio del curso dedico mucho tiempo a mirar, escuchar y anotar. Hago pequeñas pruebas de juego, actividades libres, conversaciones individuales… Me interesa saber qué le gusta a cada niño, qué le da miedo, en qué es bueno, qué le cuesta más. Esta información es oro para poder trabajar de forma personalizada.
También hablo con las familias. Ellos me dan pistas sobre el carácter de su hijo, sus intereses en casa, sus rutinas… Cuanto más sé de ellos, mejor puedo acompañarlos. No se trata de invadir, sino de construir una alianza educativa basada en la confianza mutua.
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Grupos flexibles
En mi aula no hay grupos fijos. Según la actividad o el objetivo, agrupo a los niños de manera distinta. A veces junto a los que tienen un nivel similar para reforzar o ampliar contenidos. Otras veces los mezclo para que unos se apoyen en otros. Cambiar los grupos continuamente permite que cada niño tenga lo que necesita en cada momento, y además evita que se encasillen o se etiqueten entre ellos.
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Tareas abiertas
Una estrategia que me funciona muy bien es plantear tareas abiertas, que cada uno pueda resolver a su manera. Por ejemplo, si estamos trabajando los animales, puedo proponer: «Elige un animal que te guste y cuéntanos algo sobre él». Algunos dibujarán, otros escribirán una frase, otros simplemente lo explicarán oralmente. Así, cada uno se expresa desde sus capacidades. Y todos tienen la sensación de éxito, porque no hay una única respuesta correcta.
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Rincones de trabajo
Tener rincones en el aula también ayuda mucho. Hay un rincón de lectura, otro de arte, otro de matemáticas, otro de construcción… Los niños eligen a qué rincón quieren ir, y yo puedo ir observando qué les interesa más o en qué necesitan apoyo.
Además, los rincones permiten trabajar a distintos ritmos. Hay niños que acaban rápido y quieren seguir, y otros que necesitan más tiempo sin sentirse presionados. Y también fomentan mucho la autonomía, porque aprenden a gestionar su propio trabajo de manera natural.
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Objetivos individuales
Aunque trabajamos temas comunes, para algunos niños me marco objetivos individuales. Por ejemplo, sé que a Pablo le cuesta mucho participar en grupo, así que uno de mis objetivos para él puede ser que cada semana diga algo en la asamblea. Para Marta, que le cuesta la motricidad fina, me propongo que poco a poco gane precisión en actividades como el recorte o el enhebrado. Son pequeñas metas, adaptadas a cada uno, que celebramos cuando se consiguen.
Consejos que he aprendido de expertos
A lo largo de mi formación y mi experiencia he tenido la suerte de escuchar a grandes profesionales de la educación, como Psicopedagogia Cristina Hormigos, centro especializado en intervención y reeducación psicopedagógica individualizada situado en la ciudad de Albacete capital, y muchos de ellos insisten en lo mismo: la clave es el respeto y la confianza en las capacidades de cada niño.
Algunos consejos que me han sido muy útiles:
- No comparar. Cada niño tiene su proceso. Compararlos solo genera frustración en ellos y en nosotros.
- Valorar el esfuerzo. No solo el resultado. Un niño que se esfuerza merece nuestro reconocimiento, aunque todavía no llegue al objetivo.
- Dar autonomía. Cuanto más responsables se sienten de su propio aprendizaje, más motivados están.
- Escuchar. A veces creemos que sabemos lo que necesitan, pero si les escuchamos de verdad, nos damos cuenta de que sus necesidades a veces son otras.
- Ser pacientes. No todos los avances son inmediatos, pero eso no significa que no estén ocurriendo.
Beneficios de la educación personalizada
Lo que he visto en estos años es que cuando un niño siente que se le tiene en cuenta, crece. Y no solo académicamente, sino como persona.
Algunos beneficios que he observado:
- Aumenta la autoestima. Los niños que se sienten valorados confían más en sí mismos.
- Mayor motivación. Aprender deja de ser una obligación para convertirse en algo que les interesa.
- Mejora la convivencia. Cuando cada uno se siente respetado, hay menos conflictos en el aula.
- Desarrollo del potencial. Cada niño llega más lejos cuando se le da lo que necesita para avanzar.
- Felicidad en el aula. Y no me refiero a una felicidad superficial, sino a una alegría auténtica de aprender y compartir.
¿Qué pasa con los niños con necesidades especiales?
La educación personalizada es aún más importante en estos casos. Pero no consiste en hacer todo por ellos ni en tratarlos como si fueran «distintos». Consiste en darles los apoyos que necesiten para que puedan desarrollarse al máximo.
He tenido alumnos con TEA, con dislexia, con dificultades de lenguaje, con hiperactividad… Y siempre he visto que con paciencia, estrategias adecuadas y mucha, mucha comunicación con la familia y los especialistas, es posible que se sientan parte del grupo y avancen en su propio camino.
A veces basta con hacer pequeños ajustes: dar más tiempo para una tarea, utilizar pictogramas, dividir las instrucciones en pasos más sencillos, permitir moverse un poco más si lo necesitan… No es cambiar el contenido, es adaptar la forma de llegar a él.
Cada pequeño ajuste marca una gran diferencia.
Trucos que utilizo día a día
Quiero compartir algunos pequeños trucos que me funcionan muy bien para personalizar la educación sin volverme loca:
- Carteles visuales. Tengo carteles con imágenes que explican las rutinas y actividades del día. Esto ayuda mucho a los niños que necesitan anticipar o que tienen dificultades de lenguaje.
- Tiempo de charla individual. Aunque sea solo 2 minutos, cada día intento tener un ratito de conversación individual con algunos niños. Es increíble lo que te cuentan en esos momentos.
- Elección de actividades. A veces, en lugar de imponer una actividad, propongo varias opciones para que elijan. Así sienten que tienen control sobre su aprendizaje.
- Mini-evaluaciones informales. Observar cómo trabajan mientras juegan o hacen una actividad libre me da mucha más información que un examen.
- Cuaderno del progreso. Cada niño tiene un cuadernito donde vamos pegando trabajos, fotos, anotaciones… Ellos mismos van viendo sus avances y se sienten muy orgullosos.
Dificultades que me encuentro
No todo es de color de rosa, claro. Personalizar la educación lleva tiempo, esfuerzo y mucha energía. Hay días que te sientes desbordada, que ves que no llegas a todos como quisieras. Hay momentos en que los papeles, las reuniones y la burocracia te comen.
También hay presiones externas: currículos oficiales, exámenes, expectativas de las familias… A veces parece que todo empuja hacia una enseñanza más uniforme, más «en serie», y defender la personalización es una pequeña lucha diaria.
Pero, sinceramente, cuando ves la sonrisa de un niño que ha logrado algo que hace un mes parecía imposible, todo merece la pena. Esa satisfacción no se puede comparar con nada.
¿Por qué creo que la educación personalizada es el futuro?
Porque el mundo es cada vez más diverso. Porque los niños necesitan aprender a pensar, a crear, a resolver problemas, no solo a repetir contenidos. Y para eso, necesitan una educación que respete su ritmo y su forma de ser.
La personalización no es un lujo, es una necesidad. No se trata de dar más a unos y menos a otros, sino de dar a cada uno lo que necesita para crecer. Y eso se consigue con dedicación, con sensibilidad y con mucha pasión por esta profesión.
Y, sobre todo, porque la educación personalizada transmite un mensaje muy poderoso: «Te veo, te conozco, me importas«. Y eso, para cualquier ser humano, es el mejor motor para aprender.