No sé si a ti te ha pasado, pero, durante mucho tiempo yo no lograba mantener una rutina de hacer deporte, fuera el que fuese. Ni aunque me gustase. Y no era porque no quisiera o porque no entendiera la importancia de hacer ejercicio. Más bien era por una cuestión de motivación, o, mejor dicho, de falta de ella. Sabía que me hacía falta entrenar, veía las mejoras que el ejercicio había traído a la vida de otras personas, pero, por alguna razón, cada vez que intentaba comenzar, a la semana o, siendo honesta, a los pocos días, ya estaba buscando excusas para saltarme la rutina. Me aburría, me cansaba o simplemente pensaba que tenía otras cosas más importantes que hacer.
Pero, como se suele decir, ¡la motivación puede aparecer en el lugar menos esperado! En mi caso, apareció cuando empecé a entrenar junto a mi esposo.
Me vi obligada a hacer un cambio de perspectiva
Mi esposo siempre ha sido bastante disciplinado con el ejercicio. Mientras yo estaba en casa buscando algo nuevo en qué distraerme, él ya estaba con su ropa de deporte, motivado para entrenar aunque estuviese diluviando. Lo veía salir y, aunque lo admiraba, no lograba contagiarme de ese entusiasmo. Hasta que, un día, después de ver otro intento fallido de mi parte por mantener una rutina, él me propuso entrenar juntos. Al principio, no estaba muy convencida. Pensé que su nivel era demasiado avanzado para mí, y que no tendría sentido intentar entrenar al mismo ritmo.
Sin embargo, decidimos hablar y consultar a Despierta y Entrena, entrenadores y coaching profesional, para ver si era posible. Y descubrí que sí que lo era. Ellos me explicaron que un entrenador profesional podría guiarnos a los dos, y, lo más importante, podría ajustar las rutinas para adaptarlas a nuestras necesidades específicas. Yo iba a tener una rutina adaptada a mi nivel, y mi esposo seguiría con la suya, pero el entrenador organizaría los ejercicios para que pudiéramos entrenar en los mismos horarios y motivarnos mutuamente.
Así que, con ese plan, comenzamos a entrenar juntos, y créeme, fue una de las mejores decisiones que pudimos tomar.
Los primeros días tuve que vencer a mi pereza
Los primeros días no fueron fáciles, ni mucho menos. Me di cuenta muy deprisa de que mi esposo estaba en mucho mejor forma de lo que yo pensaba, y que incluso un ejercicio básico para él, para mí significaba un esfuerzo considerable. Esto podía haber sido desmotivador, pero me propuse cambiar de mentalidad. Sabía que si me concentraba en compararme con él, me iba a frustrar. Así que cada vez que sentía que algo me resultaba demasiado difícil, recordaba el propósito con el que había empezado: mejorar mi salud y mantener una rutina.
El entrenador también fue clave en esta etapa. Él era consciente de nuestras diferencias de nivel, así que supo dividir los ejercicios de forma que los dos estuviéramos ocupados, pero a nuestro propio ritmo. Nos dio un enfoque para el entrenamiento, de manera que yo realizaba una versión más ligera o modificada de un ejercicio mientras mi esposo lo hacía a mayor intensidad. Esto me ayudaba a ver que no tenía que forzarme a estar al nivel de nadie más, porque yo tenía mi propio proceso.
El apoyo hizo la diferencia en este proceso tan difícil para mí
Otra cosa que me ayudó muchísimo fue, sin lugar a dudas, el apoyo y el ánimo de mi esposo. En lugar de comparar nuestros rendimientos, él celebraba mis logros y los progresos que iba haciendo. Por ejemplo, en las primeras semanas, cuando lograba terminar una serie completa sin detenerme de abdominales o de sentadillas, él se mostraba muy contento por mí. Con sinceridad. Y esto me hizo darme cuenta de que no se trataba solo de entrenar, que era una forma de compartir una meta común, de sentirnos acompañados en algo que estábamos construyendo juntos.
Si alguna vez has intentado hacer algo con otra persona, seguramente sabes lo motivador que puede ser cuando tienes alguien ahí a tu lado, aunque sea solo para darte una palmada en el hombro y decirte «¡lo estás logrando!».
Para mí, ese fue un cambio enorme. Sabía que mi esposo estaba pendiente de mi progreso, y yo del suyo, y aunque nuestros niveles fueran distintos, tener ese tipo de apoyo se volvió algo muy valioso.
La importancia de la constancia y el compromiso mutuo
Con el paso de los días, nos acostumbramos a nuestra rutina. No voy a mentir, hubo días en los que me levantaba y lo último que quería era entrenar. Pero ahí estaba él, recordándome que teníamos un compromiso. Y lo mismo sucedía en las ocasiones en las que él se sentía sin energía: yo le recordaba que habíamos empezado juntos este proyecto y que debíamos apoyarnos para continuar.
Además, el entrenador nos ayudó a fijarnos metas semanales. Esto fue una gran ayuda para mí, ya que, en lugar de pensar en resultados a largo plazo, nos enfocábamos en metas pequeñas que podíamos cumplir en pocos días. Así, semana a semana, el compromiso se fue volviendo cada vez más natural y menos forzado.
Mis objetivos iniciales eran bastante simples: terminar mis rutinas, mejorar mi resistencia y ganar fuerza, pero con el tiempo fui queriendo más. Y de eso se trata, al fin y al cabo: de conseguir terminar un entrenamiento, y de tener la motivación suficiente como para querer seguir entrenando… porque ves los resultados.
Fue una constante superación de desafíos… juntos
A medida que avanzábamos, empezamos a notar que había ejercicios que se me daban mejor que otros, y lo mismo ocurría con mi esposo. Esto fue interesante porque, de repente, podía ayudarlo yo a él en algunos ejercicios que, por ejemplo, requerían de más flexibilidad, mientras que él me orientaba en otros que necesitaban de mucha más fuerza. Así, el entrenamiento dejó de ser una actividad individual para convertirse en algo que disfrutábamos y compartíamos. Nos reíamos de nuestros errores, nos dábamos ánimo y, cuando las cosas se complicaban, nos ayudábamos a ver lo bueno en cada esfuerzo.
Hubo días difíciles, por supuesto. A veces los entrenamientos resultaban muy intensos y nos sentíamos agotados, pero cada día que superábamos juntos era una victoria que nos impulsaba a seguir. A veces hasta hablábamos después de los entrenamientos sobre cómo nos habíamos sentido, sobre qué nos había costado más y qué podíamos mejorar. Esas conversaciones, que antes parecían solo sobre «el ejercicio», realmente nos ayudaron a conectar más y a mantenernos enfocados.
Cuando el esfuerzo vale la pena
Después de varias semanas, empecé a notar cambios, no solo en mi condición física, sino también en mi estado de ánimo. Entrenar ya no me parecía una obligación, se había vuelto una rutina agradable y gratificante. Mi esposo también notó una mejoría en su rendimiento, y a ambos nos animaba ver el progreso del otro. Llegó un punto en el que el ejercicio se convirtió en una parte importante de nuestro día y, más allá de los beneficios físicos, creo que nos ayudó a reforzar nuestro vínculo como pareja.
Es posible que hayas oído hablar de cómo entrenar en pareja puede fortalecer una relación, y, aunque al principio me sonaba algo exagerado, ahora entiendo a qué se referían. Tener a alguien que te acompaña en un desafío y que celebra tus logros te ayuda a disfrutar mucho más del proceso. Cuando uno se siente apoyado y valorado, todo el esfuerzo vale la pena.
Consejos para entrenar con tu pareja
Por si estás considerando hacer algo parecido, te dejo algunos consejos basados en mi experiencia:
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Definan metas claras y realistas: Al comenzar, es importante que cada uno tenga en mente sus propios objetivos y que los adapten a sus capacidades.
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No os comparéis: Este fue uno de mis mayores aprendizajes. No importa si uno avanza más rápido que el otro, lo importante es el progreso personal.
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Contratad a un profesional, si es posible: Un entrenador puede ayudaros a mantener una estructura y a tener rutinas adaptadas a sus necesidades.
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Sed pacientes y celebrad los logros: Aunque los cambios no se vean de inmediato, cada pequeño logro cuenta. Celebrar juntos hace que la experiencia sea mucho más positiva.
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Recordad el propósito inicial: Siempre es bueno recordar por qué empezasteis a entrenar. Esto os ayudará a mantenerse enfocados y a superar los días difíciles.
Mi conclusión final es que tendría que haber empezado antes
Entrenar con mi esposo me enseñó que a veces el problema no es la falta de motivación, sino la falta de apoyo y de estructura. Tener a alguien a tu lado que te motive, que entienda tus dificultades y que esté dispuesto a acompañarte en el proceso hace una gran diferencia.
Así que, si alguna vez te has sentido como yo, sin ganas de entrenar y pensando que no es lo tuyo, quizás entrenar con tu pareja pueda ser la solución que estás buscando.
La motivación puede aparecer cuando menos lo esperas y, a veces, solo necesitas a la persona correcta a tu lado para descubrirla.